30 agosto 2016

Narrativa: El rompimiento de Nadja.

Nadja sentía una necesidad insaciable de pasar todo el tiempo que podía con ese hombre. Ante ella él tenía las prestaciones de un auténtico dios que le revelaba a ella todo un mundo de experiencias. Todo lo que ella era se lo debía a él y nada más que a él. Podía imaginarme las tardes en las que ella lo esperaba inmutable bajo la lluvia, aunque él no llegara; podría imaginarme todos las atenciones que ella tenía con él sin reparar en su propio bienestar ni material ni espiritual, pues para ella, de cualquier modo, él representaba todas las formas de bienestar que ella necesitaba.

Esa noche Nadja, usando un precioso vestido, estaba sentada al lado de su acostumbrada compañía. Muchas personas a su alrededor notaban algo en ella, una especie de fuego en su mirada, y se quedaban contemplandola. Algunos, al pasar cerca, titubeaban, siendo incapaces de controlar sus reacciones y continuar con sus asuntos con normalidad. Los ojos del sujeto en vez de estar encantados de la belleza de Nadja, en cambio se encontraban mirando de forma extraviada la copa de vino entre sus dedos, agitándola como si viera, hastiado de ello, las olas del mar; como si al agitarla sintiera náuseas y repulsión, y aún seguía mirándola con detalle. Mientras tanto Nadja decía, como había hecho antes y seguiría haciendo después, con alguién más si tenía suerte cuando él ya no estuviera, todo tipo de cosas superfluas y de poco interés para G, que es como se llamaba él.

G, después de consumir su bebida hasta lo blanco del fondo, no le quedó de otra que, ahora con la copa vacía, mirar a Nadja con la misma obstinación que lo había poseído desde hacía varios cuartos de hora. Su pensamiento debió tornarse cada vez más obsesivo, arremetiendo con repetidas olas sobre sus ojos. Nadja debió sentir como sobre ella toda la sal del mar se llevaba la serenidad de su cuerpo, perdiendo el control de él, sin poder impedir que toda su bebida cayera sobre el saco de G. Tras lo cual solo pudo recuperarse arrebata y enternecida en medio de un inapagable llanto. G la tomó entre los brazos y la sacudió con furia, y vertiginosamente la escena fue abriendose paso hacia el fondo de lo lamentable, como si se necesitara, con un hambre bestial, conseguirse con los estratos más bajos de la inmundicia y la maldad.

Nadja se vió, de un momento a otro, gritando con fuerza pidiendo auxilio, pero en su vestido ya se había encharcado la sangre de G, del flujo abierto con el filo de la copa rota que sostenía Nadja en sus manos y que, justo antes de salir corriendo a la calle llena de moretones y dolor, arrojó con todas sus fuerzas sobre el mismísimo G, su dios.

Nadja, la cual creo haber conocido muy bien, me contó muchas historias con detalle, pero jamás me contó esta, por eso tuve que adivinarla por mí mismo una noche en la que me encontraba solitario, leyendo algunos textos de ella, y me asaltaron las ganas de escribir este evento que nunca conocí cuando tuve la oportunidad. El vestido, debo decir, aún dudo de que color era, pero ciertas pulsiones me apuntan a pensar en un discreto color oscuro, que hacía juego con sus ligeros, pero también en un color más claro y pastel, cerca del área del pecho donde se manchó con la sangre de G. Titubeo si el color se parece al rojo o amarillo, como el fuego. Quizás azul.

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